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En 1924 Ramsey Mc Donald, Primer Ministro Laborista del Reino Unido, caía estrepitosamente luego de sólo 9 meses de gestión. Era la primera ocasión en que un laborista pudo formar gobierno superando la centenaria hegemonía de conservadores y liberales que lo acusaron de alinearse con la joven URRS. Mc Donald, escoses de orígenes humildes, se preguntaba para qué tanto esfuerzo, trabajo y penurias para alcanzar el gobierno, sí una vez ahí era imposible cambiar algo.
En líneas generales la carrera presidencial es por estos días frenética en los matinales y diferentes podcats; se suman las encuestas, los codazos dentro y fuera de los sectores. Disponibilidad absoluta, aparente y relativa dentro de la fauna política local. ¡Algo de bótox y mucho ego, se inició el duro camino a La Moneda!
Atender a los diferentes análisis políticos sobre las próximas elecciones presidenciales parece irrelevante. Se reiteran los lugares comunes sobre el legado del gobierno saliente y los nombres que aparecerán en la papeleta. Como si la política se redujera exclusivamente a lo electoral y el destino de millones de personas estuviera en manos de superhéroes de la política que con sus super poderes pudieran disolver las profundas contradicciones de nuestra sociedad.
Hasta el momento existe silencio sobre proyectos de país, programas de gobierno y propuestas estructuradas. Cabe preguntarse, además, como Ramsey Mc Donald que se puede hacer en un gobierno, sobre la musculatura que tiene el Estado en Chile para gestionar cambios y sobre las posibilidades que ese gobierno posee con minoría en el congreso nacional. En simple, gobernar para qué y para quiénes. Estas inquietudes también nos hablan de un poder licuado una vez en La Moneda.
La última gran tarea de un gobierno es entregar el ejecutivo a un o una de sus filas. Cosa que no ocurre en Chile desde el año 2006 cuando Ricardo Lagos traspasó la banda presidencial a Michele Bachelet. La sucesiva alternancia de sectores en el gobierno no nos habla precisamente del buen funcionamiento del sistema democrático, sino de la falta de contundencia de las coaliciones políticas de gobierno para concretar proyectos de mediano y largo plazo. Por tanto, la alternancia explica la insatisfacción del electorado de la gestión pública, profundizando la irrelevancia de la acción política acrecentando la crisis de legitimidad de las instituciones.
En nuestro país es imposible acceder a la primera magistratura sin una coalición de gobierno. Sólo en dos oportunidades un presidente gobernó con un partido único, en el siglo XIX Manuel Montt y en el siglo XX Eduardo Frei Montalva. En ambos casos sus partidos terminaron fragmentados autodestruyéndose.
Difícilmente las coaliciones de gobierno duran más allá de un periodo presidencial y sólo se articulan en tiempos de elecciones para acceder nuevamente al gobierno. Posiblemente, quienes han mostrado relativo mayor coherencia para defender sus intereses de clase y, en consecuencia, de orden, ha sido la derecha donde sus dos partidos ejes logran unidad a pesar de las diferencias entre sus liderazgos caudillistas. Hoy la unidad de todas las derechas se encuentra en tela de juicio, porque enfrentados a la crisis modélica la elite se encuentra fragmentada.
A su vez, la centro-izquierda, se ha acostumbrado a la disputa interna y entre partidos de cupos electorales. Disputa que abre el apetito a los cargos directivos en los partidos políticos para tener el control de las listas parlamentarias. Lucha que cae en la insignificancia al no tener contenidos para el debate público.
Generalmente, nos encontramos con una profunda pobreza en los análisis de la realidad chilena, así como del contexto regional y mundial. No existiendo proyectos de país que se extiendan en el tiempo.
Este gobierno, por la coyuntura de urgencia hacia la segunda vuelta electoral, improvisó la tesis de los dos anillos los cuales nunca cuajaron en una sola coalición, lo que nos habla de una mayor indigencia estructural en el ejercicio del gobierno. Ni el jefe de gobierno y de Estado, y aún menos la jefa política del gabinete tiene autoridad para ordenar el escenario de partidos y parlamentarios atrapados por intereses individuales.
A su vez, la alternancia ha traído contracción u omisión del Estado en la ejecución de políticas públicas que un gobierno escribe con la mano y que el próximo borra con el codo. Quizás, el caso más emblemático en esta materia es la implementación de las leyes de Reforma Educacional del gobierno de Bachelet 2, leyes mañosamente mal implementadas por voluntad política durante Piñera 2.
La reforma al sistema político que algunos senadores elaboran no parece ser la vía idónea para superar el problema estructural de la política en Chile. Primero, porque los legisladores legislan para perpetuar en el tiempo a los mismos legisladores. Segundo, porque el orden institucional-político no se recuperará castigando a los díscolos o cambiando el distritaje electoral. En síntesis, es un cambio de forma, pero no de fondo.
El último lustro en la sociedad y la política chilena ha vivido de todo y para todos. Desde el 2019 a la fecha experimentamos la catarsis explosiva de la crisis. Por ello, es necesario tomar en cuenta una onda más larga para el análisis político para no quedar atrapado en la inmediatez idiota de la agenda comunicacional que genera la elite.
La izquierda tiene el deber de levantar ciudadanamente un proyecto de país coherente de las problemáticas existenciales de nuestra sociedad. Sin temor al debate, deberá ser fundacional en lo político, económico y social, al mismo tiempo esperanzador para convocar a las mayorías. Significa retomar con fuerza el cambio de régimen impuesto en 1980 con una Constitución ilegítima que sostiene el modelo. Sólo así, incluso, cosa extraña en política, se puede ganar perdiendo una determinada elección instalando con potencia la transformación como un imperativo político.