Por Fernando Bahamonde
La correlación de fuerzas se basa en lograr cohesionar mayorías para construir una hegemonía para que se despliegue en el amplio campo de acción política. Regularmente se expresa en el marco de una democracia representativa y evidencia acción de lo posible a través de una lectura aguda de la realidad que permita establecer alianzas de corto, mediano y largo plazo sobre la base de objetivos concretos como alcanzar meramente el poder para administrarlo o transformar la sociedad edificando un nuevo Estado.
Esta idea se fundamenta en el hecho que en un sistema político pluripartidista como el chileno requiere establecer alianzas. Antes de 1973 en la estructura de los 3/3 sólo en una oportunidad un partido político accedió al gobierno en 1964 donde el PDC, gracias al concurso de la derecha, logró aislar a la izquierda en la carrera presidencial.
En tiempos políticos relativamente normales la incidencia en la correlación de fuerzas se reduce al dominio de la agenda legislativa y comunicacional desde el Poder Ejecutivo o desde la oposición en el Congreso. La pauta estará, incluso, determinada por los diferentes sondeos o encuestas de opinión.
La correlación de fuerzas se crea en el amplio aspecto de la lucha ideológica que debiera influir en el único indicador de validez real como son las elecciones de diversa naturaleza que evidencian el estado de la acumulación de fuerza, que cierra momentáneamente un cuadro político para crear otro nuevo.
Pero estos no son tiempos políticos normales, son tiempos de crisis global producto de la pandemia y agudizado en el espacio nacional por la fatiga de material del contenedor institucional que ha quedado sin contenido.
Sabemos que lo que está en juego es todo el modelo económico-social y la representatividad del sistema político e institucional. Por ello, la velocidad en que se han precipitado los hechos en el contexto de la crisis tiene como consecuencia la imperiosa necesidad que la nueva correlación de fuerzas deba canalizarse rápidamente a través de la vía electoral.
Existen varias determinantes que se deben tener presentes al momento de observar el desarrollo de la correlación de fuerzas, uno de ellos es que ya no vivimos los 3/3 y tampoco la lógica binominal que imperó desde 1990. Y con esto lo que impera es una fragmentación incluso dentro de los dos bloques clásicos como partidos de gobierno y oposición.
En la derecha se aprecia a propósito del Partido Republicano un giró hacia el fascismo que atrae como un imán a figuras de los partidos tradicionales y hace revivir a sectores nostálgicos del pinochetismo. Y en medio de la campaña por el rechazo hay que apreciar cuánto va a influir la figura de José Antonio Kast. Por otra parte, dentro de la misma derecha, la supuesta conversión socialdemócrata de Joaquín Lavín hace pensar que perfectamente podría ser un abanderado de otros sectores de la derecha que necesitan sacudirse del piñerismo e incluso de demócratas cristianos que buscan una identidad que paulatinamente los arroja en la derecha. Lo que da cuenta de una polarización en el sistema político chileno, ya que difícilmente las credenciales de Lavín algún día lo van a acreditar como un político de centro porque su admirada revolución silenciosa fue con sangre.
La situación en otros sectores de la oposición aún no decanta, pero se aprecian posturas que abarcan desde el camino propio presente en algunos iluminados del FA, a la indecisión estratégica de los que continúan añorando a la Concertación. Lo que debe estar claro es que en esta situación no se trata de ganar más escaños en el Congreso u obtener la presidencia de la república, sino es mediante un proyecto transformador que saque a Chile del pantano neoliberal en que se encuentra.
La correlación de fuerzas se trabaja buscando que sea favorable o dejas que otros la vuelquen a su favor. Aquí no existe destino preconcebido juegas en tú cancha o la de otros. Pero dos elementos son claves la capacidad de aislar a los adversarios y la construcción de mayorías activas.
Lo que se debe tomar en cuenta es que ha sido precisamente el pueblo de Chile el que aislado a Sebastián Piñera. El peligro recae a su vez en que organizaciones y movimientos sociales al no entender el desafío histórico del periodo se aíslen de la política y de la posibilidad de transformación de toda la sociedad.
Hay que caminar atentos desde la oposición y desde la organizaciones y movimientos sociales para lograr acuerdos mínimos que hoy radican en el proceso constitucional para obtener los sucesivos y difíciles triunfos necesarios para asegurar la expresión de una mayoría activa en la construcción de un nuevo tipo de Estado.