Por Fernado Bahamonde, profesor.
«Tuvimos que echar al enemigo de las Falklands (Malvinas). Siempre tenemos que estar pendiente del enemigo que está dentro, que es más difícil de combatir y más peligroso para la libertad».
Margaret Thatcher, durante la huelga de mineros de 1984-85.
“Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”.
Sebastián Piñera, 21 de octubre de 2019.
Hace exactamente 50 años se impuso en Chile el modelo neoliberal, como no podía ser de otro modo con violencia. Luego, el experimento se aplicó en Gran Bretaña de Thatcher y EE. UU de Reagan.
La primera fase de instalación significó desmantelar el Estado de bienestar en los países “desarrollados” del norte global y en sociedades periféricas la destrucción del nacional desarrollismo.
La segunda fase fue la de la consolidación en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado. Para lo que se requirió transformar los derechos sociales en bienes de consumo. Generando un sentido común al individuo meritocrático, el emprendimiento, el crédito y la despolitización.
La consolidación neoliberal se fundamenta en la financiarización, concepto que designa un proceso global donde la economía real, que produce algo, se encuentra supeditada a la especulación financiera. Por tanto, la desregulación de los mercados nacionales y mundiales, la deslocalización industrial fueron el medio para someter a la economía real productiva. Con ello, los precios de las materias primas o bienes de consumo derivados de la industria y agricultura no surgen de la oferta y demanda en un inexistente mercado perfecto, sino de la especulación financiera.
Si atendemos un poco más a la financiarización, podríamos comprender que los fenómenos económicos que estudia la “ciencia” económica convencional como: la escasez, el desempleo, la inflación, la inversión, la construcción, la venta de automóviles o las pensiones se sostienen en la especulación de los mercados financieros rentistas no productivos.
El tercer momento es el actual, la crisis. Caracterizada por el agotamiento del modelo que no permite seguir acumulando sin avanzar en la destrucción del planeta y en retroceso de los ya precarios derechos sociales y humanos de millones de personas.
La crisis pone en tela de juicio el rol hegemónico de EE. UU., potencia que necesita guerras para sostener su crecimiento desigual que depende de su complejo militar-industrial y la especulación financiera. Este proceso de crisis ha fragmentado a las clases dominantes globales, regionales y nacionales, unos en sostener el actual escenario neoliberal tal cual y otros en avanzar hacia otra fase de dominación-acumulación desglobalizado, en consecuencia, neonacionalista por lo menos en los arancelario.
El correlato político de la crisis se expresa en aplastar al “enemigo interno” para articular una nueva etapa de instalación. Se trata de detener y aplastar derechos adquiridos a grupos como: las y los trabajadores, migrantes, pueblos originarios, diversidades, los jóvenes y mujeres. Y, como no, las y los pobres, que en suma y resta son casi la totalidad de la población.
Esta derecha se ha apropiado de ideas como la libertad y patria para enmascarar su proyecto donde le estorba incluso la democracia en su versión representativa. Si el neoliberalismo temprano ya usó la violencia como instrumento político en su instalación, en la fase de consolidación la violencia se manifiesta en cercenar lo público. Ha sido moneda corriente morir en una lista de espera de la salud pública, no tener acceso a educación, vivienda, medicamentos y el transporte público. Vivir en zonas de sacrificio o trabajar para ser pobre y jubilar, para ser aún más pobre. Este es un tipo violencia cotidiana cercana a vivir en una selva de fieras depredadoras agazapadas para atacar en cualquier momento.
Conforme al copy paste de la derecha chilena; en frenética carrera presidencial en el sector, poco original y fome hasta la ordinariez, sin los recursos de primer mundo de Trump, la capacidad histriónica payasesca de Milei o la bravuconería carcelaria de Bukele; hoy nos invita a una fiesta de violencia para institucionalizar la guerra civil neoliberal en un nuevo gobierno.
El brutalismo de la derecha local en campaña presidencial es acompañado por dos elementos que le son funcionales en el marco de la crisis. Por una parte, un ejército de libertarios, patriotas, fanáticos religiosos y resentidos de toda clase. Organizados en redes sociales y dispuestos a disputar el espacio público con sus banderas de sentido común.
Por otra parte, la debacle institucional del Estado neoliberal chileno plagado de corrupción e ineptitud. Lo que en clave sentido común significa la búsqueda de un nuevo orden mediante la fuerza. El “hacer grande a Chile otra vez” de la derecha, es recuperar su añorado pasado hacendal donde el patrón puede y debe abusar de la china y golpear al peón y al inquilino. Pero esta hacienda es neocolonial dependiente de un imperio decadente.