(Fuente: La tercera) En su reciente Panorama Económico Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) sustenta la visión de una crisis muy profunda. Desde luego, nos indica que se trata de un trastorno como no habíamos conocido previamente: las pérdidas asociadas a la emergencia sanitaria van a exceder las de crisis globales previas y, dado que los problemas económicos derivan de limitaciones impuestas a la producción, la respuesta de los gobiernos debe ser diferente, donde las consabidas políticas de estímulo a la demanda tienen poco espacio.
Las cifras de decrecimiento de la producción que el FMI proyecta para 2020 reflejan el supuesto de que un país muy afectado por la pandemia va a ver reducida este año la utilización de sus recursos humanos en torno a -8% para contener el problema sanitario, mientras un país afectado en forma menos severa lo hará en torno a -5%. En definitiva, proyecta que el crecimiento global en 2020 sea negativo en -3%, con una caída promedio de -6,1% para el mundo desarrollado, y una caída de -1% para el mundo en desarrollo. Los países emergentes enfrentarán un contexto externo muy negativo, con menor liquidez internacional y menores precios de materias primas. Así, mientras el crecimiento en América Latina sería de -5,2% en promedio, Chile experimentaría una caída de -4,5% en su producción, con una tasa de desocupación bordeando los dos dígitos.
Las preocupaciones centrales serán la gestión sanitaria y el apoyo a los grupos vulnerables, pero, indica el FMI, con la misma importancia, deberá procurarse superar la crisis minimizando la destrucción de los vínculos más permanentes entre trabajadores y empleadores y entre deudores y ahorrantes de los cuales depende la calidad de la posterior recuperación, lo que permitiría al mundo crecer al 5,8% en 2021.
Tratándose de una institución de alto nivel técnico y gran experiencia, la visión del FMI no puede ser ignorada, tanto en sus proyecciones -que son bastante más negativas que las que se han sustentado en nuestro país- como en su énfasis en que la incertidumbre sobre la duración y profundidad de la crisis es extrema, y que se asemeja más a la que se observa en casos de guerras o de crisis políticas: se desconoce el curso que vaya a tomar la pandemia, cuándo aparecerán vacunas o medicamentos eficaces, la eficacia de los esfuerzos de contención que se desarrollan, la gravedad de posibles quiebres en las cadenas productivas y de la estrechez financiera para empresas que verán afectado su funcionamiento, y hasta los posibles cambios en patrones de gasto y conducta de los consumidores.
Chile ha sido diligente en la puesta en marcha de medidas fiscales y financieras para enfrentar las dificultades que han comenzado a experimentar personas y empresas. Viene un escenario más duro e incierto, que supone altura de miras y sujeción a guías técnicas de todos quienes tienen responsabilidad en la gestión de esta crisis si se quiere mantener la expectativa de estar frente a un problema grave pero acotado y superable, que parece fundamental para aspirar a una recuperación sólida.