Por una nueva alianza constituyente: 7 ideas sobre los desafíos actuales

El desafío primero del proceso político constituyente reside en conducir lo más lejos posible la superación de ese longevo país oligárquico, enfrentando su actual forma neoliberal.

Por Rodrigo Ruiz,

Publicado en el portal la Voz de los que Sobran


1. Comienzo con un aprendizaje: la última vez que el pueblo intentó ser de verdad pueblo en su ancho significado político; la última vez que intentó superar el sentido oligárquico de la dominación en nuestra sociedad, ese sesgo profundamente antidemocrático que ha marcado nuestra sociedad; la última vez que la mayoría del país quiso que la democracia se pareciera a un ejercicio efectivo del poder del pueblo, la cosa terminó con los tanques en la calle, La Moneda bombardeada, y la violenta instauración de una dictadura de la que salimos amarrados al régimen neoliberal, con una democracia en inglés, tan atiborrada de procedimientos y tecnicismos que hay que ser muy afortunado para encontrarse en sus patios al famoso ciudadano (¡ni qué decir la ciudadana!). Es necesario aprender de esa experiencia, para dar viabilidad a la oportunidad que hoy se presenta.

El Chile neoliberal no ha pasado de ser la versión higienizada y tecnológica del mismo viejo fundo colonial con piso de tierra donde, mientras “las instituciones funcionan” un puñado de tipos con dinero hacen valer su voluntad sobre prácticamente cualquier institución de la república. La pujante estética empresarial, que diseña las imágenes de una modernización con los brillos del consumo, termina imponiéndose como el sentido de la época, instalando el homo œconomicus neoliberal, autorresponsabilizado, retraído, como la nueva versión del ciudadano, que por efecto de la ley del embudo, ha debido pasar de emprendedor a reemprendedor.

El desafío primero del proceso político constituyente reside en conducir lo más lejos posible la superación de ese longevo país oligárquico, enfrentando su actual forma neoliberal.

2. Hay una frase de Gramsci citada hasta la saciedad, que fue escrita como si se tratara del Chile de la revuelta. Conviene visitarla: “Si la clase dominante ha perdido el consenso, o sea, si no es ya ‘dirigente’, sino únicamente ‘dominante’, detentadora de la pura fuerza coercitiva, esto significa precisamente que las grandes masas se han apartado de las ideologías tradicionales, no creen ya en lo que antes creían, etcétera. La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados.”

El asunto se relaciona con la formación de una nueva cultura a partir de la crisis. La notoria lucidez de Gramsci le permite interrogarse, sin embargo, si la resolución de esa crisis puede conducir a una simple restauración de lo viejo. “Esto debe excluirse, pero no en sentido absoluto”, afirma. De esa suerte, la formación de la nueva cultura ocurre en medio de un conjunto de contradicciones cuyos diferentes desenlaces no están garantizados.

Este domingo se ha abierto un periodo de alta resolución de dichas contradicciones, que se extenderá por al menos un año y medio, que constituye el escenario primario en que es necesario constituir la estrategia y la articulación de las fuerzas de cambio.

3. Ocurre, sin embargo, que lo viejo parece morir un muerte larga, donde se las arregla para subsistir una coyuntura tras otra, y lo nuevo enreda su emergencia, sin lograr cambiar los términos de la lucha política, adaptándose a las maneras tradicionales de la política posdictatorial. De tan complacido en su novedad, parece no advertir su insuficiencia.

Dentro de la amplia crisis política se inscribe entonces una crisis de proyectos, un déficit de dirección política cuya exigente conjugación en nuestro campo político es la primera persona del plural. Efectivamente, ningún partido político, ningún conglomerado, ningún centro de pensamiento, pero asimismo, ninguna organización social, gobierno local, colectivo de base ni cosa que se parezca, puede reclamar hoy el lugar de la claridad. Ese es el estado con que ingresamos al nuevo momento.

4. El proceso constituyente será el mismo en que se defina la estrategia y la alianza para un nuevo gobierno. Es claro que ninguna coalición política tiene la densidad estratégica ni la capacidad de dirección política para plantearse la resolución de esos desafíos por sí sola. La articulación de una nueva capacidad política resulta fundamental. Pero ese hecho, que pareciera de suyo evidente, es el escenario de un conjunto de tensiones, donde se juega el carácter de la nueva alianza.

El territorio en que ha tenido lugar ese proceso ha sido el de las direcciones de partidos y los representantes parlamentarios. Allí han primado los espacios de poder, que en el caso de los sectores de la tradición concertacionista han tendido a prolongar los lógicas de la gestión civil del neoliberalismo. Y sin embargo, son esos los que exigen más vigorosamente la unidad de la oposición, la realización de primarias y toda clase de fórmulas de última hora que intentan instaurar una alianza abstracta puramente electoral. Una primera respuesta a esas presiones, ciertamente correcta, ha sido la necesidad de un debate programático más claro. Lo fundamental está, sin embargo, definido por la latitud y longitud del espacio de resolución de este sistema de fuerzas.

La articulación de una nueva amplitud de cambio debe constituirse como reflejo de la amplia participación popular en el plebiscito mismo, que es la más clara expresión de la voluntad multitudinaria del 18 de octubre. Eso supone desestabilizar las actuales certidumbres, someter los referentes políticos a la voluntad que se ha expresado en las calles y en las urnas, interpelar los liderazgos, entender en definitiva que la época, es decir la gente, exige reinventar los modos de la política para acudir a una justicia social más amplia. Se trata, por tanto más de la estrategia que de los actores, más del carácter social de la nueva articulación que de la “política de alianzas” de los actores constituidos. Se trata en definitiva, de entender que lo constituyente no es una exterioridad que acontece fuera de partidos y liderazgos políticos, sino principalmente la exigencia de su reconstrucción.

5. El problema de la política de la posdictadura no es que sea vieja, sino que es elitista. Mientras menos gente hay, mejor funciona (viceversa, mientras más gente participa más contundente es el Apruebo). Es la versión neoliberal de la democracia. Hay allí entonces un desafío abierto en el momento constituyente, puesto que el resultado que arroje la producción del nuevo país esta determinado por el modo en que este se produzca. La cuestión central del año y medio de comienza es la práctica constituyente y el modo en que se aborden las contradicciones sociales que la configurarán.

Pero si la Convención fuera mañana estaría llena de personajes ilustrados y cuidadosamente presentados a la opinión pública. La constituyente que se ha perfilado por los modos de la política establecida será principalmente blanca, bienhablada y experta, posgraduada y abeceuna, técnicamente solvente y formalmente adscrita a una paridad binaria donde no cabría un disidente sexual de cualquier población de nuestro país. Los ocasionales mestizos que llegaran a atravesar esos pasillos padecerán azorados el mal del corral ajeno, sorprendidos por la concurrencia de todas las formas de capital, el social, el cultural, y por supuesto el sacrosanto capital humano, siempre al servicio de la explotación del tristemente olvidado capital variable.

El debate experto que satura foros digitales y reportajes de diarios, ha tendido a proyectar un recorte elitista de la sociedad chilena sobre la constituyente. De eso ha participado todo el espectro, desde la izquierda a la derecha. Y mientras las prácticas constituyentes más vigorosas han tenido lugar en los cabildos y las asambleas de base, ese mundo popular no encuentra canalización efectiva hacia una convención que se ha ido instituyendo sobre el principio de la desigualdad de las inteligencias.

6. La Tania Madriaga decía el otro día en una conversación que no hay 155 personas que puedan juntarse por unos meses a resolver el diseño de lo que necesita el país. Requerimos la apertura de una situación participativa, donde el protagonismo sea ubicado en el pueblo. No digamos un protagonismo representacional, sino un estado de asamblea plurinacional que dure lo que dure la constituyente, de carácter efectivamente decisional. Esa es la forma primaria de establecer, pese a todo, la Asamblea Constituyente. Asamblea, además, que solo puede constituirse sobre la igualitaria distribución de la voz y el conocimiento, sin (volver a) ensayar traducciones verticales y acomodamientos institucionales propios de ese saber experto que en la academia sitúa el lugar de lo verdadero y en la política el límite de lo posible.

Debemos pensar el proceso constituyente como una práctica, como un proceso político. Debemos escapar de la obsesiva consideración exclusiva de las instancias, reglamentos y procedimientos de sala.

7. Es imprescindible por eso, escapar de los razonamientos mansos sobre la democracia. Porque salvo en los ejercicios de la hegemonía, no hay una sola forma de democracia. Y por tanto el terreno de la constituyente no se organiza en torno a una idea simple de la democracia, sino sobre su debate. Por el contrario, la idea de la democracia a secas, transformada en un concepto purista que rechaza todo intento de interrogarla, estandariza la democracia del poder, y soslaya la poderosa capacidad que ha exhibido el neoliberalismo para penetrarla, reconfigurarla, reconceptualizarla.

De Allende, el más democrático de los liderazgos políticos del Chile del siglo XX, podemos aprender la necesidad de interpelar y transformar esa democracia capitalina, oligárquica, masculina, partidista, especialmente hoy, que el poder de los grandes capitales globales organiza regiones enteras del mundo, dispone el desplazamiento forzoso de millones de personas, adquiere gigantescas extensiones de territorio y se apropia de sus recursos, sin que los débiles gobiernos de la mayor parte del mundo, por demás democráticos, puedan hacer (y en muchos casos, quieran hacer) prácticamente nada. La contundente victoria democrática del 25 de octubre debe convertirse en una victoria de la democracia. Nuestra tarea se inscribe en el espacio que existe entre ambas cosas.

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